Meditación: invisible pero presente



Dirigid vuestra atención al contenido de vuestra experiencia en este momento. Sin interpretación. Es eso la experiencia. Es de ahí de donde hay que partir.

Ved la evolución, el cambio de lo que es percibido, de lo que aparece.

Y haceros la pregunta: ¿cómo puede ser que me dé cuenta del cambio, de la evolución de las cosas?

Si solo hay aquello que es percibido, ¿cómo podría haber la experiencia del cambio, de aquello que es percibido? 

Todo aquello que es percibido evoluciona: las sensaciones corporales, los pensamientos, las percepciones sensoriales externas. Hay, entonces, algo que percibe el cambio; intentad verlo en la experiencia misma, en el momento mismo: aquello que percibe el cambio.

Hay ahí algo que no cambia con el cambio y que es el testigo del cambio: es lo que llamo yo, mi ser. Invisible pero presente; revelado por cada percepción. Presente durante la percepción, antes de la percepción, después de la percepción.

Lo llamamos yo o consciencia, pero eso es un nombre. Y, en general, damos nombres a los objetos. Objetos que son agregados y que poseen una cierta estabilidad. Y como tenemos este hábito de dar nombres a los objetos, entonces, cuando damos el nombre de consciencia o ser a ese testigo invisible es natural concebirlo como un objeto; lo cual no es. 

Si fuera un objeto porque posee un nombre es un objeto aparte, diferente de todos los otros objetos. 

Pero en nuestro lenguaje también nombramos actividades y utilizamos verbos en vez de nombres. Estos verbos se refieren a cosas cambiantes: bailar, cantar, hablar, etc., al movimiento.

Y ese testigo podríamos llamarlo también con la ayuda de un verbo, por ejemplo, percibir. Pero al utilizar un verbo sugeriría que es algo que se mueve cuando, por el contrario, es aquello en lo cual todo se mueve y él mismo no se mueve. 

No es algo en reposo como una mesa ni un movimiento como bailar. O, todavía más como lo afirma Jesús en el Evangelio de Tomás, es al mismo tiempo un movimiento y un reposo.

Permanece inasible porque es precisamente aquello que toma todo. 

Es el vacío que rodea todo y que olvidamos porque es invisible. En cambio, produce y sustenta todo aquello que es visible: el gran olvidado.

Es aquello de lo que nos acordamos en el amor.

Meditar es mirar lo invisible. Es decir, volverse de lo visible; volverse de lo visible que es visto a lo invisible que ve. Abrirse a la belleza. 

Aquello que es visto está separado y es limitado. Aquello que ve es uno e infinito y reúne todo aquello que está separado.

No somos ni un hombre ni una mujer ni un objeto, somos la presencia que nos une. 

Hay que escapar de la pesadez del cuerpo, de la pesadez del objeto. En otros términos, por escapar quiero decir: aceptar no ser un cuerpo, un objeto. 

A menudo vemos el cuerpo como siendo el vehículo o el soporte de la vida pero, de hecho, es la vida el soporte del cuerpo. La vida es eterna y está en todo lugar. Los cuerpos están localizados y son impermanentes. Emanan de la vida que es su sustancia.

La vida, aquello que vive, no muere. Aquello que vive no muere y aquello que no vive no puede nacer. Aquello que oye estas palabras está vivo. 

Es por eso por lo que Jesús dijo: “Dejad que los muertos entierren a los muertos”. Dijo: “Sigue al yo que vive”. No dijo: “Sígueme a mí, a Jesús el hombre”. 

Sigue al yo, el que tú eres, la vida que tú eres, la vida que no muere.

Así como hemos desacralizado la palabra Dios asociándola a una forma humana, de la misma manera hemos desacralizado la palabra vida asociándola a la biología. La biología no es la ciencia de la vida es la ciencia de aquello que está muerto: los objetos.

Disecamos cadáveres, miramos en el interior de las células, para encontrar la vida. Una búsqueda ridícula. 

La meditación, en el fondo, es muy simple: dejar que la vida viva su vida. 

Habiendo entendido lo que es la vida, habiendo sentido lo que es la vida, dejad que la vida viva.

(Meditación dirigida por Francis Lucille en Barcelona, enero 2014)