La experiencia mística




En mi corazón y fuera de él, no hay nada más que Él.
En mi cuerpo, la vida, la vena y la sangre, todo es Él;
¿Cómo, entonces, sería posible la incredulidad o la fe?
Pues todo es Él, no hay duda alguna en mi ser.

Jalaluddin Rumi.

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Interlocutor: Cuando tenemos una visión mística, ¿eso se debe a la identidad personal que se apega?

Francis Lucille: La experiencia de Dios viene de Dios. Es una revelación en la cual Dios nos dice: “Existo, no te preocupes, existo”.

Pero en la ignorancia el místico dice: “Sí, pero yo también existo, y acabo de recibir la visita de Dios”. Pero, en este caso, la felicidad que acompañaba a la visita de Dios desaparece; porque “yo existo” en tanto que entidad separada, es el antídoto de la felicidad.

Entonces, el místico queda nostálgico y sufre, ora, llama y hace un montón de cosas para volver a recibir la visita de Dios. Entonces llega un momento en que Dios “está harto de escucharle llorar” y le envía un libro sobre la no-dualidad para que le deje en paz.

Pero es una revelación muy importante dado que porta la promesa de la felicidad. Pero todavía queda un residuo de arrogancia que consiste en presentarse ante la faz de Dios como una realidad independiente. 

Había un místico en Francia en los años setenta o un poco antes que se llamaba Lanza del Vasto. Hizo un viaje a la India y fue a visitar a Ramana Maharshi y, al salir de la entrevista con Ramana, dijo: “Yo, por lo menos, sé que no soy Dios”. Lo cual era su problema: la arrogancia de existir como una entidad separada.

Entonces, de la experiencia mística, con lo único que habría que quedarse es con la revelación de que Dios existe. Y desde ahí ir a la revelación “solo Dios existe”, “Dios es el único ser vivo”.

En las escrituras judeocristianas se dice: “Yo soy aquello que es”. Es decir que no hay otro. “Yo soy el Ser”, y no hay otro. Todos los demás son marionetas.

Entonces, todo lo que vemos, todo lo que oímos, solo es Dios en movimiento. Todo lo que vemos es el cuerpo de Dios y la consciencia en nosotros que percibe es la consciencia de Dios. Y lo que actúa a través de nosotros, tanto como lo que vemos siendo el “bien” como lo que vemos siendo el “mal”, es Dios.

Hay un bello poema que fue transformado en canción por Georges Brassens que se llama “Te saludo María”:

“Por el pequeño niño que muere al lado de su madre
te saludo María”

Y al final dice:

“Por el beso perdido a través del amor reencontrado
y por el mendigo que ha encontrado su moneda
 te saludo María”.

Significa que atribuye a María -siendo María el símbolo de lo divino- lo que vemos como “el mal”: el niño que muere al lado de su madre. Y lo que llamamos como “el bien”: el amor reencontrado, el mendigo que vuelve a encontrar el dinero que había perdido. 

(Pasaje extraído del Encuentro de Julio de 2016)